Por nuestra imaginación siempre han sobrevolado diversas ideas sobre lo que supondría vivir en la casa del futuro, a veces bastante peregrinas… Cuando se inventó el teléfono, nos la imaginamos “parlante”. La de chistes que se hacían al respecto en la prensa satírica a principios del siglo pasado. Íbamos a dejar de usar las manos y mirad lo que ha supuesto Internet y la telefonía móvil: ahora hablan nuestros dedos… Otro planteamiento que nos entusiasmó fue “la casa inteligente”. Impregnada de sensores electrónicos sería capaz de vestirnos y prepararnos el desayuno mientras nos quitábamos las legañas a primera hora del día. Luego se ha visto que iba por otros derroteros, sin tanta pirotecnia.
El nuevo paradigma es “la casa autónoma”, es decir, la que vive libre de los combustibles fósiles y sin provocar el temido efecto invernadero en la atmósfera. Pero esto no es ciencia-ficción. Está entre nosotros… Una empresa como Geinor ya ha desarrollado proyectos de este tipo.
Las soluciones más comunes y utilizadas se basan en dos grandes pilares. La instalación de placas solares fotovoltaicas suministrará energía eléctrica a la casa. Su principal ventaja es obvia: mientras salga el sol cada día, es inagotable. Es además una energía silenciosa que exige un mantenimiento casi nulo.
Calor y frío los obtendremos mediante los sistemas de aerotermia y geotermia (combinados o por separado, dependiendo de la zona geográfica). Solo necesitan para su funcionamiento de un leve empuje eléctrico y este nos lo suministrará la primera de las fuentes de energía renovable, la solar. La geotermia necesitará de las pertinentes perforaciones bajo suelo y, al igual que la aerotermia, de la instalación de la bomba de calor, que ni produce combustión ni emite humos.
Nuestro mayor esfuerzo lo tendremos que poner en esta primera fase y pronto se amortizará con respecto a otros recursos más comunes: gasoil, gas, red eléctrica… Además, a partir de ahí nuestro impacto en la naturaleza será nulo y contribuiremos –ahorrando– a combatir una amenaza tan real como el cambio climático. Lo decíamos: no es ciencia-ficción.
Solo la geotermia tiene un coeficiente COP de entre 4 y 6, muy superior al de otro tipo de instalaciones (el coeficiente de operatividad o coeficiente de rendimiento de una bomba de calor es la razón entre el calentamiento o enfriamiento proporcionado y la electricidad consumida). A esto se suma una vida útil de la instalación y la caldera de más de 50 años.
La revolución energética ya ha comenzado. El avance lo notamos ya en aquellos sectores donde la inversión de las compañías multinacionales es más potente, como es el caso de la automoción. A nadie se nos escapa que los vehículos del futuro serán impulsados por motores eléctricos
En paralelo, las necesidades energéticas de las viviendas cada vez están más cubiertas por la electricidad. Hace ya tiempo que las calderas de carbón ya no se ven y que los las instalaciones de depósitos de gasoil están en franco retroceso. Los combustibles fósiles son el enemigo a combatir.
La velocidad de cambio en vivienda es menor que en el sector de automoción debido a que los frentes de decisión están más atomizados y el necesario impulso legislativo se ve trastabillado por otros intereses que entran en juego. Pero el avance es imparable. No cabe duda de que la bomba de calor acabará imponiéndose como fuente energética en nuestras viviendas.
El incremento de la temperatura y las crecientes necesidades de confort de nuestra sociedad requieren una mayor presencia de los sistemas de refrigeración. Con la bomba de calor tenemos resueltos tanto la generación de calor como la de refrigeración con el mismo aparato y, por suerte, el avance de la tecnología ha provocado una drástica reducción de precios, sobre todo en las instalaciones geotérmicas. En Geinor ha sido de un 40% respecto a hace 5 años.
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